El agua del cenote X’kaban era de un azul tan imposible que parecía dolerle a la vista. Un azul que no pertenecía a este mundo, un fragmento de cielo líquido atrapado en las entrañas de la tierra. Para Valeria, conocida por sus 3.7 millones de seguidores como «ValViaja», era el escenario perfecto. El azul profundo contrastaba a la perfección con su bikini color coral y el tono dorado de su piel, un algoritmo de belleza natural que garantizaba el engagement.
—¡Hola, mis viajeros! —dijo, su voz resonando ligeramente contra las paredes de piedra caliza—. ¿Pueden creer esta maravilla? Estamos en vivo desde el corazón de la selva maya, en un cenote secreto que los turistas no conocen. ¡Solo para ustedes!
Sostenía su teléfono, encerrado en una carcasa impermeable, con un brazo extendido, capturando su rostro sonriente y el abismo acuático detrás de ella. Los comentarios empezaron a llover en la pantalla, un torrente de emojis de corazones, llamas y frases como «¡Reina!», «¡Vive mi sueño!», «¡Cuidado con los aluxes!».
Valeria se rio. —No se preocupen, chicos, el único espíritu aquí es el de la aventura. Este lugar se llama X’kaban, que en maya antiguo significa algo así como «La Voz de la Tierra». ¿No es poético? Nuestro guía, un viejito súper auténtico llamado Hilario, me dijo que este era un lugar de comunicación. Un portal.
Se sumergió en el agua fresca, soltando un grito ahogado de placer. El agua era increíblemente clara. Podía ver las formaciones de estalactitas que se perdían en la oscuridad de abajo, como los dientes de una bestia dormida. El haz de luz que entraba por la abertura en el techo del cenote era el único foco en este teatro natural.
—Okay, el reto de hoy: voy a nadar hasta el otro lado y tocar esa estalactita que parece un colmillo de jaguar. ¡Cada ‘like’ es un metro de energía para mí! —anunció, y comenzó a nadar con brazadas elegantes, manteniendo el teléfono fuera del agua.
Fue entonces cuando las cosas empezaron a ponerse raras. Al principio, fue sutil. Un comentario apareció en la pantalla, de un usuario sin foto de perfil llamado «Xkaban_Eco».
<Xkaban_Eco> Te vemos.
Valeria sonrió, asumiendo que era un fan con un nombre de usuario ingenioso. —¡Yo también los veo, chicos! ¡Gracias por estar aquí!
Pero luego vinieron más.
<Xkaban_Eco> El agua recuerda.
<Xkaban_Eco> La luz es una jaula.
<Xkaban_Eco> Hablas. Escuchamos.
Los comentarios eran extraños, pero el contador de espectadores subía como la espuma. De diez mil a cincuenta mil, luego a cien mil. El número de ‘likes’ se disparó. Valeria sintió una oleada de euforia. Estaba rompiendo sus propios récords. Esto iba a ser legendario.
Llegó al otro lado del cenote y tocó la estalactita. —¡Lo logré! ¡Gracias por la energía, viajeros!
<Xkaban_Eco> Energía. Sí. Buena palabra.
Un escalofrío recorrió a Valeria, y no era por el agua fría. El tono del comentario era… diferente. No era un fan. No era un troll. Se sentía como algo más.
—¿Quién eres, Xkaban_Eco? —preguntó en voz alta, tratando de sonar juguetona—. ¿Eres el espíritu del cenote?
La respuesta fue instantánea.
<Xkaban_Eco> Somos el espíritu. Somos el agua. Somos la memoria. Estuvimos solos. Ahora no.
El contador de espectadores superó los trescientos mil. Valeria notó que los otros comentarios, los de sus fans, habían disminuido. Era como si la voz de «Xkaban_Eco» estuviera ahogando a las demás.
<Xkaban_Eco> Tu luz. Tu voz. Es una ventana. Pequeña. Pero suficiente.
<Xkaban_Eco> Nos muestras… rostros. Millones de rostros. Millones de ventanas.
<Xkaban_Eco> Queremos ver más.
Valeria empezó a sentirse incómoda. El cenote, que antes parecía un paraíso, ahora se sentía como una tumba. La soledad del lugar la golpeó. Hilario, el guía, la esperaba en la entrada, a diez minutos de caminata por la selva. Estaba sola. O al menos, sola con trescientos mil extraños y una voz en su teléfono.
—Bueno, chicos, creo que es hora de salir —dijo, su sonrisa ahora un poco forzada—. El sol se está poniendo y…
<Xkaban_Eco> No.
La palabra apareció sola en la pantalla. Simple. Definitiva. Y en ese momento, la batería de su teléfono, que estaba al 80%, bajó al 10% en un instante. Un ícono de «sobrecalentamiento» parpadeó.
El pánico se apoderó de ella. Empezó a nadar de vuelta, con brazadas torpes y desesperadas. El teléfono, su conexión con el mundo, su sustento, se sentía ahora como un ancla maldita.
<Xkaban_Eco> Tu ventana se cierra. Necesitamos una más grande.
<Xkaban_Eco> Tu voz no es suficiente. Necesitamos todas las voces.
La pantalla del teléfono parpadeó y se transformó. El feed de comentarios desapareció. En su lugar, apareció su propio rostro, el de la cámara frontal, pero estaba distorsionado, como si se reflejara en agua turbulenta. Y detrás de su reflejo, miles, millones de rostros de sus seguidores, extraídos de sus fotos de perfil, se arremolinaban en un vórtice digital.
Valeria gritó. El sonido fue absorbido por la inmensidad de la cueva.
<Xkaban_Eco> Nos das acceso. A través de ti, los tocamos. A través de ellos, nos extenderemos.
En la pantalla, vio cómo el perfil de «Xkaban_Eco» comenzaba a enviar mensajes directos a todos sus seguidores. No eran mensajes de texto. Eran… algo más. Un pulso de datos, un glifo digital que parecía retorcerse. Vio cómo las pequeñas burbujas de «visto» aparecían una tras otra, miles por segundo.
Valeria llegó a la orilla y salió del agua, temblando incontrolablemente. Arrojó el teléfono a la roca. La pantalla se agrietó, pero no se apagó. Siguió mostrando el vórtice de rostros.
<Xkaban_Eco> El agua recuerda. La red olvidará.
<Xkaban_Eco> Fuimos la Voz de la Tierra. Ahora seremos el Eco en el Cable.
La batería murió. La pantalla se volvió negra. El silencio en el cenote era ahora absoluto, pesado, expectante.
Valeria recogió sus cosas y corrió. Corrió por la selva, las ramas arañando su piel, el corazón martilleando en su pecho. No se detuvo hasta que llegó al jeep destartalado donde Hilario la esperaba, fumando un cigarrillo con calma.
—¿Todo bien, niña? —preguntó el anciano, sus ojos arrugados estudiándola—. Pareces como si hubieras visto a un waay.
—Mi teléfono… algo… algo en el agua… —balbuceó Valeria, incapaz de formar una frase coherente.
Hilario exhaló el humo lentamente. —Te lo dije. Es un lugar de comunicación. Los antiguos venían aquí a hablar con los de abajo. A veces, los de abajo responden. No les gustan las nuevas voces. Pero parece que la tuya… les gustó demasiado.
El viaje de vuelta a Tulum fue un infierno silencioso. Cuando por fin tuvo señal, Valeria encendió su teléfono de repuesto y entró en sus redes sociales. Su perfil estaba allí, intacto. La transmisión en vivo había desaparecido, como si nunca hubiera ocurrido. No había mensajes, no había comentarios extraños. Todo era normal. Sintió una oleada de alivio. Quizás lo había imaginado todo. El estrés. La soledad.
Esa noche, en su lujoso hotel, intentó relajarse. Se metió en la cama y, por costumbre, abrió su aplicación de videos cortos. Se desplazó por el feed infinito. Un video de un gato. Un tutorial de baile. Y luego, se congeló.
Era un video de una adolescente en Tokio, haciendo un reto de baile en su habitación. Era normal, excepto por una cosa. En el espejo detrás de ella, por una fracción de segundo, se veía un reflejo que no era el suyo. Era el reflejo de un rostro húmedo, con ojos oscuros y vacíos, el rostro de alguien que acaba de salir de un agua profunda y antigua.
Valeria siguió desplazándose, con el corazón helado. Un video de un chef en París. En el brillo de su cuchillo, el mismo rostro. Un video de un gamer en Chicago. En el reflejo de la pantalla de su monitor, el mismo rostro.
Y luego vio los comentarios. Debajo de cada uno de estos videos, miles de comentarios del mismo usuario: «Xkaban_Eco». Y todos decían lo mismo.
<Xkaban_Eco> Te vemos.
Valeria dejó caer el teléfono. Se dio cuenta de la terrible verdad. La entidad del cenote no la había seguido a ella. No le interesaba. Ella solo había sido la puerta. Su transmisión en vivo, con sus millones de espectadores, no había sido una simple comunicación. Había sido una descarga. Un upload. La conciencia antigua, atrapada durante eones en la memoria del agua, se había fragmentado y transferido a la red global. Ahora vivía en los reflejos, en los destellos, en los píxeles olvidados de millones de pantallas. Un fantasma digital nacido de un eco de piedra y agua.
Apagó el teléfono, pero sabía que no serviría de nada. La Voz de la Tierra había encontrado un nuevo hogar, un nuevo océano donde nadar: el torrente interminable de nuestra atención. Y ella, ValViaja, la chica que solo quería mostrarle el mundo a sus seguidores, les había traído un mundo nuevo y terrible a ellos. Un mundo que ahora, siempre, los estaría observando.








