La maldición de «The Crying Boy»: la serie de pinturas que sobrevivían a los incendios

En los años 80, una extraña epidemia de incendios domésticos asoló el Reino Unido. En las ruinas carbonizadas, un objeto solía sobrevivir intacto: una pintura de un niño llorando. Investigamos la leyenda de "The Crying Boy", la historia del artista y la explicación científica detrás de este mito inflamable.

Le invito a un viaje a los suburbios de la clase trabajadora de la Inglaterra de los años 80, a una historia que ardió con la misma intensidad que los fuegos que la originaron. Es una leyenda nacida del humo y las cenizas, centrada en un objeto de arte aparentemente inocente que se convirtió en el presagio del desastre: la pintura de «The Crying Boy» (El Niño que Llora).

La historia es escalofriantemente simple y se repitió docenas de veces. Una familia compraba una impresión barata y producida en masa de un retrato de un niño pequeño y adorable, con grandes ojos llorosos. Colgaban la pintura en su sala de estar. Meses o años después, un devastador incendio destruía su hogar, reduciendo todas sus posesiones a cenizas y escombros. Pero en medio de la devastación, los bomberos encontraban una y otra vez un único objeto inexplicablemente intacto: la pintura de «The Crying Boy», con su mirada triste observando la ruina que la rodeaba.

¿Fue una coincidencia estadística asombrosa? ¿O era la prueba de una maldición, un objeto maldito que no solo sobrevivía al fuego, sino que lo atraía? Hoy, vamos a investigar una de las leyendas urbanas más famosas y aterradoras del siglo XX. Rastrearemos su origen en la prensa sensacionalista británica, analizaremos las explicaciones científicas y desentrañaremos la trágica historia del artista detrás del lienzo empapado en lágrimas.

El nacimiento de una leyenda: el artículo de The Sun

La histeria comenzó el 4 de septiembre de 1985. El tabloide británico The Sun publicó un artículo con un titular explosivo: «Blazing Curse of the Crying Boy!» (¡La Ardiente Maldición del Niño que Llora!).

El artículo contaba la historia de Ron y May Hall, cuya casa en Rotherham había sido destruida por un incendio en la cocina. Todas sus pertenencias se habían quemado, excepto una impresión barata de «The Crying Boy». El hermano de Ron, Peter Hall, que era bombero, fue citado en el artículo afirmando que había asistido a al menos 15 incendios domésticos donde todo había sido destruido, pero la pintura de «The Crying Boy» siempre se encontraba intacta entre las cenizas.

Este fue el fósforo que encendió una hoguera nacional. En las semanas siguientes, The Sun fue inundado con cientos de llamadas y cartas de lectores que contaban historias idénticas. Incendios inexplicables, hogares destruidos y, en el centro de todo, la misma pintura con su mirada triste y acusadora, sobreviviendo ilesa.

La leyenda se extendió como la pólvora, adquiriendo nuevos y aterradores detalles:

  • La pintura no solo sobrevivía al fuego, sino que lo causaba.
  • Tener la pintura en casa traía mala suerte, enfermedades y accidentes.
  • La maldición solo afectaba al dueño de la pintura; si se regalaba, la mala suerte se transfería.

La anatomía de la maldición: el fantasma en el retrato

A medida que la leyenda crecía, la gente necesitaba una historia de origen para explicar el poder de la pintura. Y la mitología popular, como suele hacer, proporcionó una.

La historia más común afirmaba que el niño del retrato era un huérfano español llamado Don Bonillo. Sus padres habían muerto en un incendio, y el niño, traumatizado, era seguido por una extraña estela de fuegos espontáneos. El artista, un tal Giovanni Bragolin, se compadeció del niño y lo pintó, a pesar de las advertencias de un sacerdote local de que el niño era un portador de fuego. Poco después de terminar el retrato, el estudio del artista se incendió misteriosamente. El niño desapareció, pero la maldición, supuestamente, quedó atrapada en la pintura.

Otra versión de la leyenda afirmaba que el artista, Bruno Amadio (el verdadero nombre detrás del seudónimo Bragolin), había hecho un pacto con el diablo para obtener fama y fortuna, y que el alma torturada del niño estaba atrapada en el lienzo como parte del pago.

Estas historias, aunque carecen de cualquier tipo de evidencia, proporcionaron una narrativa poderosa y aterradora que dio un rostro y un motivo a la maldición.

La investigación: separando el hecho de la ficción

Ante una leyenda tan persistente, el investigador debe convertirse en un bombero de la desinformación, apagando las llamas de la histeria con el agua fría de la lógica y la ciencia.

1. El misterio del lienzo incombustible: la explicación científica

¿Por qué sobrevivían las pinturas? La respuesta no es sobrenatural, sino material.

  • Material de impresión: Las impresiones de «The Crying Boy» no estaban en lienzo o papel normal. Eran reproducciones masivas y baratas impresas sobre tableros de fibra de alta densidad (hardboard). Este material está hecho de pulpa de madera fuertemente comprimida, lo que lo hace muy difícil de encender. No arde fácilmente; tiende a carbonizarse lentamente.
  • El barniz: Se ha especulado que las impresiones estaban recubiertas con un barniz ignífugo, aunque esto es más difícil de confirmar.
  • La física de la caída: La explicación más elegante y probable fue propuesta por el programa de la BBC «QI». Las pinturas se colgaban en las paredes con una cuerda. En un incendio, la cuerda sería una de las primeras cosas en arder. Al romperse la cuerda, el cuadro caería al suelo. Aterrizaría boca abajo, con el tablero de fibra resistente protegiendo la imagen impresa en papel del calor radiante y las llamas directas. Mientras el resto de la habitación ardía, la imagen del niño permanecía segura, presionada contra el suelo.

2. La epidemia de incendios: correlación no es causalidad

¿Por qué había tantos incendios en casas que tenían la pintura? La respuesta es una simple cuestión de estadística y demografía.

  • Popularidad masiva: Las impresiones de «The Crying Boy» (que en realidad era una serie de pinturas de diferentes niños llorando) fueron increíblemente populares en las décadas de 1960 y 1970. Se vendieron millones de copias, especialmente en el Reino Unido.
  • Contexto socioeconómico: Eran particularmente populares entre la clase trabajadora. En la década de 1980, muchas de estas casas tenían un mayor riesgo de incendio debido a cableado eléctrico antiguo, el uso de calefactores eléctricos portátiles y una mayor incidencia de tabaquismo en el hogar.
  • La falacia lógica: No es que la pintura causara el incendio. Es que había tantas pinturas en circulación que, estadísticamente, era muy probable que una estuviera presente cuando ocurría un incendio por razones completamente mundanas. Es como afirmar que los televisores causan incendios porque se encuentra un televisor en casi todas las casas que se queman.

3. El fantasma en el retrato: la verdad sobre el artista y el niño

La historia de Don Bonillo es una ficción completa, una pieza de folklore creada para dar sentido a la leyenda. La verdad es más mundana, pero también trágica.

  • El artista: El pintor detrás del seudónimo Giovanni Bragolin era un artista italiano llamado Bruno Amadio. Vivió y trabajó en Venecia después de la Segunda Guerra Mundial. Lejos de ser un satanista, era un pintor de formación clásica que, al parecer, recurrió a la pintura de estos niños llorando por razones puramente comerciales, ya que se vendían bien a los turistas.
  • Los niños: No hay un solo «niño que llora». Amadio pintó una serie de al menos 27 retratos diferentes de niños y niñas llorando. Se dice que los modelos eran niños locales de orfanatos o de los barrios pobres de Venecia. Su tristeza no era sobrenatural; era el reflejo de la pobreza y la desolación de la Italia de la posguerra.

El poder de la histeria colectiva: la hoguera de The Sun

La historia de «The Crying Boy» es un caso de estudio perfecto sobre el poder de los medios de comunicación para crear una leyenda urbana. The Sun no solo informó sobre la maldición; la alimentó y la orquestó.

A medida que el pánico crecía, el periódico vio una oportunidad. El 31 de octubre de 1985, en Halloween, organizaron una hoguera masiva, invitando a sus lectores a enviar sus pinturas malditas para ser destruidas ceremonialmente por los bomberos. Miles de personas enviaron sus cuadros.

Este acto fue una genialidad mediática. Por un lado, parecía un servicio público, ayudando a la gente a librarse de sus miedos. Por otro, era la culminación dramática de la historia que ellos mismos habían creado, cimentando la leyenda en la conciencia nacional para siempre.

En conclusión, la maldición de «The Crying Boy» no reside en la pintura, sino en nuestra propia psicología. Es un testimonio de nuestra necesidad de encontrar patrones y narrativas en el caos, de nuestra tendencia a ver la malicia donde solo hay coincidencia, y de la increíble facilidad con la que nuestros miedos pueden ser manipulados por una buena historia.

La pintura no era incombustible, pero la leyenda que la rodea sí lo es. Sigue ardiendo en la cultura popular, un recordatorio de que, a veces, los monstruos más aterradores no son los que se esconden en los lienzos, sino los que creamos en nuestras propias mentes.

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